viernes, 1 de abril de 2011

¿Qué hace a un líder?

El coeficiente intelectual y las destrezas técnicas son importantes, pero la inteligencia emocional es la condición sine qua non del liderazgo.

Toda la gente de negocios conoce la historia de algún ejecu­tivo altamente inteligente y preparado que asumió una posición de liderazgo y fracasó. Y también conoce el caso de alguien con sólidos, aunque no extraordinarios, conocimientos intelec­tuales y técnicos que asumió un puesto similar y llegó muy alto. Anécdotas de este tipo sostienen la creencia generalizada de que identificar a individuos que tienen “lo que hay que tener” para ser líderes es más un arte que una ciencia. Después de todo, los estilos personales de líderes sobresa­lientes varían: algunos son moderados y analíticos, otros vociferan sus procla­mas desde la cima de la montaña. Igual­mente importante, cada situación re­quiere diferentes tipos de líderes. 

Mayoría de las fusiones necesita un ne­gociador sensible al mando, mientras que muchos procesos de cambio requie­ren una autoridad más enérgica. No obstante, he descubierto que los líderes más efectivos se parecen en algo fundamental: todos tienen un alto grado de lo que se conoce como inte­ligencia emocional. No es que el coefi­ciente intelectual y las destrezas técni­cas sean irrelevantes. Son importantes, pero como “aptitudes de umbral”; es decir, son los requisitos básicos para puestos ejecutivos. Pero mi investiga­ción, junto con otros estudios recien­tes, muestra claramente que la inteli­gencia emocional es la condición sine qua non del liderazgo. Sin ella, una per­sona puede tener la mejor preparación del mundo, una mente incisiva y analítica, y un infinito surtido de ideas inte­ligentes, pero aun así no será un buen líder. 

¿Se puede aprender la inteligencia emocional?


Durante décadas se ha venido debatiendo si los líderes nacen o se hacen. Lo mismo ocurre con el debate sobre la inteligencia emocional. ¿Las personas nacen con ciertos niveles de empatía, por ejemplo, o los adquieren como resultado de sus experiencias de vida? La respuesta es que ambas alternativas están en lo cierto. Hay investigaciones científicas que sugieren la existencia de un componente genético en la inteligencia emocional. Estu­dios psicológicos sostienen que la crianza también desempeña un rol. Quizás nunca se sepa cuánto corresponde a cada cual, pero la investigación y la práctica demuestran claramente que la inteligencia emocional se puede aprender. 

Una cosa es cierta: la inteligencia emocional aumenta con los años. Hay una antigua palabra para describir este fenómeno: madurez. Pero incluso con la madurez, algunas personas todavía necesitan entrenarse para mejorar su inteligencia emocional. La­mentablemente, demasiados programas de entrenamiento que tratan de construir capacidad de liderazgo (incluida la inteligencia emocional) son una pérdida de tiempo y de dinero. El problema es simple: se centran en la parte incorrecta del cerebro. 

La inteligencia emocional nace principalmente en los neuro­transmisores del sistema límbico del cerebro, que controla los sentimientos, los impulsos y los estímulos. Las investigaciones indican que el sistema límbico aprende mejor mediante la moti­vación, la práctica prolongada y la retroalimentación. Compárese con el tipo de aprendizaje que se produce en el neocortex, que controla la capacidad analítica y técnica. El neocortex se encarga de los conceptos y de la lógica. Es la parte del cerebro que deduce cómo usar una computadora o hacer una llamada de ventas con sólo leer un libro. No resulta sorprendente (aunque sea erróneo) que también sea la parte del cerebro sobre la que se centran la mayor parte de los programas de entrenamiento para mejorar.


G., Daniel, Harvard Business Review, oct, 2004

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